Seguridad Social ¿Hasta cuando?

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Con el paso del tiempo y, a tenor de las crisis que nos azotan últimamente, como jodidas plagas bíblicas, hablar de la Seguidad Social, manteniendo el tipo del término "seguridad", no resulta fácil. El sistema financiero de tan simpática organización, es un chanchullo con pies de barro, no nos engañemos. En el momento en que bajen las cotizaciones, o sea, de aquí a nada, no sé de donde van a sacar el dinero para mantener el kiosko. O empezamos a convencer a la juventud, de que la familia numerosa es ua maravilla divina, al alcance de unos pocos privilegiados (que no se lo van a creer) y ampliamos la jubilación hasta los instantes previos al fallecimiento del ciudadano, o en poco tiempo habrá muchos más enfermos gastando, que currantes soltando euros. Matemática simple. Me río yo de las previsiones que proclaman unos y otros, en el Congreso; cuando llegue el momento del ¡pum! (igual que ha pasado con la dichosa burbuja inmobiliaria), todos pondrán cara de "A mí que me registren" y, más de uno que yo me sé (el tocahuevos de siempre) echará mano de herencias desastrosas de la oposición derrochadora.

                                *¡Está bien, Madoff! ¿De dónde sacó la idea de pagar a los
                                  primeros invesores, con el dinero de los que venían después?
                                *Del sistema de la Seguridad Social
                                 (Indianápolis Star)

A continuación les muestro el reportaje realizado por el equipo de invstigación de este Blog, en una consulta de la Seguridad Social, tomada al azar. Es lo que hay!


Cámara oculta en la consulta del Doctor Menta, dermatólogo de la S.S. (Seguridad Social, no las “SS” nazis. Aunque… bueno, ¡dejémoslo!)
Doctor.- ¡El siguiente!
Paciente.- Buenos días
D.- Buenos días. Es usted Alejandro ¿verdad?
P.- Si señor, Alejandro Medario, para servirle.
D.- Muy bien. Siéntese, por favor y dígame ¿qué tal está?
P.- Pues estupendamente, gracias a Dios. Pero lo he “pasao” muy mal, muy mal.
D.- Cuénteme.
P.- Pues una mañana empezaron a salirme unos granitos en el cuello, pequeñitos y blancos que luego se extendieron al pecho y a los brazos y mi mujer me decía: “Eso es una “erución” sin importancia” Claro, como soy autónomo, ella pensaba: “Este no trabaja, no cobra, no comemos”
D.- Muy lógica su señora.
P.- Ya. Pero, poco a poco los granitos, que dicho sea de paso, picaban un huevo, se extendieron a espalda, cintura, muslos y pantorrillas y mi mujer “erre que erre” “Hijo, no seas quejita, total por una urticaria de nada”. A la semana, tenía granitos picantes hasta en las uñas. Todo mi cuerpo estaba rojo como un centollo, la fiebre me subió a cuarenta grados, llevaba sufriendo un mes y medio y fue entonces cuando, en contra de la opinión de mi Concha, fui a pedir hora para el… o sea para usted, propiamente.
D.- Entiendo. Y esto fue ¿hace?
P.- Creo que unos catorce meses.
D.- ¡Vaya, vaya! ¿Y le dieron el consejo de la gallina en pepitoria al pedir hora?
P.- Claro que sí. Es lo que me ha mantenido con esperanza todo este tiempo de sufrimiento. Comía a diario la gallina en pepitoria con higaditos y todo y disfrutaba de lo lindo, al tiempo que pensaba que si usted lo recomendaba siempre como remedio provisional hasta llegar a la consulta, sería por algo y aquí me tiene, tan ricamente. Lo malo es que he engordado cuarenta y ocho kilos.
D.- ¡Qué barbaridad!
P.- Claro, a ver: tanta grasa, tanta proteína, es lo que tiene. Además me ha subido el azúcar, el colesterol y no se qué más cosas, así que estoy citado en el endocrino dentro de un año y pico
D.- Bueno, Alejandro, pues paciencia. Me alegro mucho de su mejoría. A seguir bien.
P.- Gracias Doctor. Buenos días.

***

D.- El siguiente!
P.- Buenas.
D.- Buenos días ¿Carmelo?
P.- Si. Carmelo Temía ¿Me puedo sentar?
D.- Mire a ver si puede. Usted dirá, buen hombre.
P.- Es que estoy, y perdone la expresión, lo que se dice, completamente jodido.
D.- Muy gráfico, sí señor.
P.- Todo empezó con una manchita morada en la pantorrilla izquierda.
D.- Podría ser roña.
P.- No, porque a los pocos días, toda la pierna estaba morada. Fue entonces cuando pedí hora y me dijeron que año y medio y no sé qué de gallina en salsa de algo raro. Así que me dispuse a tener paciencia y con vendas y baños diarios con sal, he aguantado hasta hoy.
D.- Bueno, Carmelo, quítate los pantalones y te tumbas en la camilla.
P.- Le advierto que la mancha ha crecido como el chapapote.
D.- Pero, ¡hombre de Dios, cómo tienes las piernas!
P.- Ya le dije.
D.- Veamos, esto está perdido. Por aquiii ¡Hmmm! nada que hacer y la zona genital pueeees, tres cuartos de lo mismo. Vale, ¡hala! Ya te puedes vestir.
P.- Mira que le dije a la Señorita del Ambulatorio: “Que esto lo veo muy feo, que va a acabar mal la cosa” Y mira si tenía yo razón.
D.- ¡Cuanta razón tenías! ¿Y dices que no has comido la gallina en pepitoria en todo este tiempo de convalecencia?
P.- Pues mire, no. Lo siento pero es que me parecía una gilipollez, sobre todo teniendo en cuenta que se me estaban pudriendo las piernas y no me hacía caso nadie.
D.- Muy bien, muy bien, pues ahora, por listillo tienes todas las papeletas para quedarte sin piernas y sin testículos por no llevar el régimen adecuado. Ya ves la gilipollez.
P.- Pero ¡Si yo pedí hora hace un año y medio!
D.- Ya, ya, pero no has seguido las indicaciones y, claro, qué quieres que haga yo ahora ¿eh? Yo tengo la culpa de todo ¿no? ¡Qué fácil!
P.- Bueno ¡esto es el colmo! Y ¿qué pasa con mis piernas y con mis huevos?
D.- Te lo diré. Por lo pronto bajas al vestíbulo y con este volante que te facilito, pides hora para el cirujano que te aliviará de zonas perdidas sin remedio. Si te dan hora para la fecha que imagino, te aconsejo que tomes a diario gallina en pepitoria y de paso, hagas testamento para evitar conflictos entre tus herederos y quedar como un señor.
P.- Pero, entonces ¿mis posibilidades de mejorar?
D.- Pocas, yo diría que nulas, para que nos vamos a engañar y perdona, pero tengo una mañana de las de no te menees. Buenos días.



***
D.- ¡Adelante!
P.- ¿Se puede?
D.- ¡Vamos hombre, que no tenemos todo el día!
P.- ¿Puede pasar la niña?
D.- Si, si que pase la chiquilla también
P.- Es mi sobrina
D.- Estupendo. Usted ¿se llama?
P.- Servando Lorido y la nena se llama Pili.
D.- Bueno, usted dirá. ¿Qué le pasa?
P.- Pues a mí ya no me pasa nada. Eso sí, me pasó. Verá, cuando yo pedí hora con usted, hace más o menos dos otoños…
D.- Exactamente el doce de Noviembre del año antepasado. Aquí está, no se nos escapa detalle. Somos eficientes a pesar de las críticas. ¡Sí señor!
P.- Bueno, pues eso. Yo, en ese momento tenía un “golondrino” ¿se dice así? en un sobaco, asociado a dos enormes forúnculos que crecían por momentos como si fuesen repollos. No puede imaginarse el dolor tan horroroso que provocaba cualquier aproximación del brazo hacia el costado.
D.- Si. Si puedo. Continúe y sea breve.
P.- Como le decía, era tal el dolor que iba todo el tiempo con el brazo en jarras como si fuese a dar un pase de pecho o a cantar “La Violetera” de un momento a otro. Mi único consuelo era pensar que la gallina en pepitoria que comía a diario, acabaría por disolver esos monstruos que no me dejaban dormir, ni trabajar, ni coser, ni abrazar a mi mujer, ni nada. El tiempo pasaba muy despacio y mi visita con usted, cada vez parecía más lejana. Hasta que, un día, mi mujer, no sé si harta de guisar gallina a todas horas o asustada por el tamaño de los forúnculos, que ya eran como melocotones, desinfectó una aguja de hacer punto y me la clavó en las dos cabezas blancas de los terribles granos. No puede hacerse idea de lo que pudo salir de aquellos dos agujeros.
D.- Si puedo. Claro que puedo ¡Soy el médico, caramba! ¡Abrevie!
P.- Toda una tarde estuvo apretándome los bultos para sacar todo lo maligno y a punto estuvo de sacarme hasta los higadillos. Yo soporté el horrible dolor pensando que me liberaría definitivamente de esa pesadilla como la parturienta lo soporta pensando en acabar cuanto antes. Tras varios meses de curas diarias, he conseguido recuperar la normalidad. ¿Quiere que le enseñe un sobaco curado?
D.- No, gracias, ¡que asco! Ni se le ocurra. Lo que no entiendo es que haya venido a darme la paliza contándome las guarradas de sus axilas, meses después de tener su problema solucionado. ¿Es una especie de venganza, una promesa, tal vez?
P.- No, nada de eso. Escuche, como es tan difícil que le den a uno hora en el especialista en un plazo razonable que, además coincida con el proceso de la enfermedad y ya que me tocaba hoy, después de veintiséis meses, pues me he dicho: Voy a llevar a mi sobrina para que le vea esos granitos tan feos que le salen a la chiquilla en la carita.
D.- Pues ya están vistos.
P.- ¿Y?
D.- Pero, por favor. Es acné. Tiene “granitos” en la “carita” como cualquier adolescente que se precie.
P.- Y ¿se le pasará a Pili?
D.- Si, claro, como a todas las “Pilis” del mundo a lo largo de la historia. Agua, jabón y una pequeña dosis de paciencia. ¿Algo más Fernando?
P.- Servando, si no le importa.
D.- Da igual. Buenas tardes.
P.- ¿Debe tomar gallina en pepitoria?
D.- ¡Válgame Dios! Si, si, que la tome. Además engordará, que la tienen hecha un adefesio. Es más, la piel de la gallina tiene un alto contenido en hormonas femeninas, así le crecerán los pechines, se echará novio, se irá con él y dejará en paz a sus padres, a su señor tío e incluso a mí.
P.- Gracias por todo doctor.
D.- De nada Bernardo. Adiós Manoli.
¡El siguiente!

Doctor, no se lo va a creer pero, ... hay un gallo en la sala de espera que quiere verle.
D.- ¡¡Que pase!!

Rick. Del libro "La rebelión de los pucheros" Madrid 2007

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