El efecto Pigmalión

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He pensado mucho ultimamente sobre la influencia que, como padre, haya podido ejercer sobre la personalidad de mis hijos. Siempre temi, dado que no soy ni mucho menos perfecto, que mis errores fuesen una fuente emisora de energía negativa que perturbase su desarrollo como las personas equilibradas y positivas que siempre he deseado.

Hace meses leí una anécdota de Mahatma Gandhi en la que una madre angustiada le pedía que consiguiera que su hijo dejara de comer azúcar compulsivamente. Gandhi la pidió que volviese en dos semanas. Al volver, le dijo al niño, mirando fijamente a sus ojos: "Tienes que dejar de comer azúcar". La madre, agradecida comentó: "Gracias, pero, ¿no podía haberle dicho esto mismo hace dos semanas?" y Gandhi la contestó: "Sí, pero entonces yo también comía azúcar"

Ante esta perspectiva, consciente de que nunca he poseido la necesaria capacidad de sacrificio para actuar con semejante rectitud, la impresión de que mis desastres personales pudiesen haber influído en su desarrollo más que mis éxitos, me creaba una duda responsable. Sin embargo, mi actitud siempre ha sido positiva. Siempre he esperado de ellos únicamente lo que pudiesen dar de sí, en la medida de que su felicidad estuvise por encima de todo. Creo que así lo entendieron siempre y en todo momento se han sentido valorados. Hoy descubro con una inmensa satisfacción que han cumplido con creces mis expectativas que, en definitiva eran las suyas propias. Me siento orgulloso de ellos y en paz conmigo mismo. 
Según la mitología griega, el escultor Pigmalión esculpió una estatua de la que sería su mujer ideal. Era tal la fuerza de su deseo que los Dioses le concedieron su favor y así nació Galatea. Este llamado "Efecto Pigmalión" según el que la intensidad de una expectativa provoca una mayor probabilidad de que se cumpla, ha sido junto a un ambiente familiar amable, al margen de dramatismos catastrofistas, el secreto de este pequeño, pero importante éxito personal.

En una escuela, un pedagogo llamado Rosenthal, escogió un grupo de alumnos al azar y les comunicó que su capacidad era muy superior a la del resto. A final del curso este grupo avanzó intelectualmente por encima de los demás.
Mandemos mensajes positivos a nuestros hijos. Pensemos que, lo que esperemos de ellos será transmitido y posiblemente se cumplirá.
Ya sé que no es fácil.

1 comentarios:

Magda Fernández dijo...

Es muy bonito y creo que muy cierto lo que dices respecto a los sentimientos positivos que podemos proyectar en los seres que nos rodean. En el caso de los tuyos hacia tus hijos, sobre todo Manuel, es un trabajo que tienes por hacer, también con María y menos ya con Jaime porque creo que llega un momento en que la escultura está forjada del todo y sale o no por peteneras dependiendo no sólo del cincel, sino también de los vientos que la azotan, las lluvias que le caen encima y otros avatares.
Por otro lado me sorprende muy agradablemente que un hombre de tu edad, padre temprano y padre tardío al tiempo, siga preocupándose y lo plasme en un blogg. Yo ya dejé ese trabajo y lo dí por acabado hace tiempo, ya sabes mi teoría de la caducidad de la (ma)paternidad.
Sigue así, procuraré aprender de tí en lo concerniente a pensamientos positivos y los efectos que causan en los demás ... aunque soy mala alumna, muy rebelde y estoy algo tocada.