Al final, lo van a conseguir.

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Hoy hace exactamente 16 días que fumé el que se supone que será mi penúltimo cigarro. Digo penúltimo por dos motivos: para evitar el mal fario y, sobre todo, por si tengo la oportunidad de un último deseo antes de convertirme en polvo. Las circunstancias son tantas en contra de nuestro idilio, tanta la presión a mi alrededor, tantos los inconvenientes, que la pasión de antaño se ha convertido en un amor imposible a todas luces. Todo ha empezado este año con la nueva ley que impide fumar en locales cerrados, incluidos los bares, restaurantes y discotecas, que están que trinan viendo cómo el estado intenta acorralarnos a costa de la ruina de los demás en lugar de cortar de raíz su fabricación y venta, que sería lo lógico. A ello se ha sumado la presión de mis cercanos y una especie de pánico social que provocan un agobio difícil de sobrellevar, tan obsesivo que no tengo ni tiempo para acordarme de mis inolvidables momentos pasados con el cigarrillo entre mis dedos, con esa complicidad romántica de placer y riesgo, de amor y muerte, siempre sobre el filo de la navaja de lo prohibido, al más puro estilo del Beaudelaire más insensato. Tantos años juntos, tanta soledad compartida, tantos pensamientos flotando junto a las volutas de humo al contraluz, van a ser difíciles de olvidar.
Ya estaba acostumbrado a la humillación de compartir área de fumadores en los aeropuertos, con unos cuantos resistentes con aspecto de yonquis compulsivos encerrados en  jaulas de cristal y había decidido no participar de semejante aquelarre patético de humo y prisas. No entendía cómo puede sobrevivir Bogart sin un cigarro en la comisura de los labios o la Dietrich sin dar una bocanada mientras cruza sus piernas interminables. Quitarle su cigarro puro a Curchill es como amputarle la antorcha a la estatua de la Libertad, con brazo y todo. Nos vamos a cargar lo mejor del cine irrepetible. Es más, nos vamos a cargar la historia reciente privando a sus protagonistas de su imagen más humana, con su pequeño vicio. Es mucho sacrificio para los que hemos utilizado el tabaco durante años como un compañero absurdo, nacido de la vacuidad de una sociedad absurda. Seres imperfectos acorde con un orden imperfecto.Hace dieciséis días que decidí morirme de cualquier otra cosa, con tal de no dar la razón a los catastrofistas que me rodean.
A pesar de todo esto, a pesar del esfuerzo que, por mi parte, supone renunciar cada día al ritual de acompañar una sobremesa, una tertulia o un instante de soledad gozosa con un cigarro encendido, los detractores del asunto y, lo que es peor, los ex-fumadores conversos, me siguen acosando, vigilando, dándome la paliza con su enorme lista de peligros y recordándome a cada instante mi antigua adicción, como una reafirmación de su propia tragedia. Para mí que temen que desaparezcan los fumadores y se queden sin campaña consoladora. Creo que nunca me van a dejar tranquilo. Al final lo van a conseguir. Van a conseguir que vuelva a fumar.