Pensamientos desde la sabana. Sabana, no sábana,….sin acento.

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Hoy tenía yo la intención de hablar de los indios americanos, mira tú por donde. Siempre me identifiqué con ellos y he sentido una enorme simpatía y admiración por su cultura, su estética, su aplastante lógica y sencillez para gobernarse, guiados por el consejo de los más viejos, los más respetados, los más sabios, alejados de intereses que no fuese el bienestar de los suyos y de la naturaleza que les abrazaba y alimentaba como una inmensa madre. Llevaba meses intentando hablar de esos americanos genuinos, tan incómodos para el “way of life” que se empezaba a construir con la llegada de lo peorcito de cada cubo de la basura de Europa, cuando, de repente, me doy cuenta de que no tengo yo la cabeza en las inmensas praderas, repletas de búfalos, si no en la sabana tórrida, donde un león cansado y solitario, observa la nada a su alrededor mientras avanza en busca de su destino final. Estoy convencido de que mi subconsciente es mucho más fiable que mi consciente repleto de impulsos y dudas, o sea, de errores, por lo que decido hacerle caso y seguir la pista del león, no sin cierto fastidio, dado lo mucho que me apetecía explayarme con Sioux, Apaches, o los integrantes de esa simpática tribu, llamados los Shoshones por motivos que no me atrevo a imaginar y que harían las delicias de los guasones en ambos lados del Guadalquivir.
Mientras tomo un cafelito, al ver la sacarina me pregunto si no será una alteración de mi díscolo nivel de azúcar, la causante del reciente cambio de actitud, a favor de los leones y en detrimento de Arapahoes y demás. Lo cierto es que mi humor matinal no es el mismo desde que no puedo probar los dulces que el cuerpo me pedía últimamente. Ni siquiera paladear lentamente una “Magdalena” con lo que disfruto viendo como absorbe la mitad del café con leche, nada más introducirla en la taza para, más tarde, explotar en mi boca con su aroma de mantequilla y horno. ¡En fin! Uno no puede tener todo lo que desea, aunque se trate simplemente de compartir pequeños placeres con una dulce “Magdalena”.
Todo esto me transporta de nuevo a la sabana, gracias a la astucia de mis neuronas y sus asociaciones de ideas que nunca dejarán de sorprenderme. Allí continúa su apacible camino nuestro regio protagonista con sus recuerdos a los lomos, seguro de hacer lo que debe aunque sin comprender del todo porqué lo hace, sin buscar respuestas a sus múltiples preguntas, consciente de caminar con el deber cumplido, con lo que su naturaleza le exigía.
Atrás deja varias camadas, compañeras cazadoras, un clan necesitado de savia nueva y rugidos jóvenes y agresivos. Años defendiendo un territorio para su gente, a sabiendas de que el suyo estaba aún por explorar, un territorio sin límites conocidos, con un final libre e incierto que, un día, su instinto le obligó a buscar sin remedio.
Muchos tenemos algo de esta mezcla felina de inquietud, soberbia y romanticismo que nos impulsa a caminar en la sabana hacia un horizonte que con su rielar de suelo abrasador no nos permite ver más allá, esa tierra prometida donde exprimir lo que queda de nuestras vidas.
Otro día hablaré de los indios. Espero.

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