Ya estaba acostumbrado a la humillación de compartir área de fumadores en los aeropuertos, con unos cuantos resistentes con aspecto de yonquis compulsivos encerrados en jaulas de cristal y había decidido no participar de semejante aquelarre patético de humo y prisas. No entendía cómo puede sobrevivir Bogart sin un cigarro en la comisura de los labios o la Dietrich sin dar una bocanada mientras cruza sus piernas interminables. Quitarle su cigarro puro a Curchill es como amputarle la antorcha a la estatua de la Libertad, con brazo y todo. Nos vamos a cargar lo mejor del cine irrepetible. Es más, nos vamos a cargar la historia reciente privando a sus protagonistas de su imagen más humana, con su pequeño vicio. Es mucho sacrificio para los que hemos utilizado el tabaco durante años como un compañero absurdo, nacido de la vacuidad de una sociedad absurda. Seres imperfectos acorde con un orden imperfecto.Hace dieciséis días que decidí morirme de cualquier otra cosa, con tal de no dar la razón a los catastrofistas que me rodean.
A pesar de todo esto, a pesar del esfuerzo que, por mi parte, supone renunciar cada día al ritual de acompañar una sobremesa, una tertulia o un instante de soledad gozosa con un cigarro encendido, los detractores del asunto y, lo que es peor, los ex-fumadores conversos, me siguen acosando, vigilando, dándome la paliza con su enorme lista de peligros y recordándome a cada instante mi antigua adicción, como una reafirmación de su propia tragedia. Para mí que temen que desaparezcan los fumadores y se queden sin campaña consoladora. Creo que nunca me van a dejar tranquilo. Al final lo van a conseguir. Van a conseguir que vuelva a fumar.